domingo, 21 de octubre de 2018

El terror de la violencia en un múltiple “nosotras”

Desde el momento en que nacemos, nuestras cuerpas están marcadas por la violencia. Al asignarnos ser mujeres, por nuestra genitalidad, muchos padres se decepcionan ya que tendrán de hijas a un ser débil, vulnerable y disponible para la violación de otros hombres.


Mi padre, un hombre reservado, cada vez que me acercaba en auto al metro, no dudaba en recordarme a la amenaza que estaba expuesta en el espacio público. Me preguntaba cómo reaccionaría si me atacaban, intentando estimularme a pensar un plan de autodefensa. Tenía que gritar, me decía. Pero a la vez, me aterrorizaba  diciendo que en cualquier lado me podían violar, “un hombre entró a violar a una mujer en su propio departamento”. Creo que era una forma desesperada de alertarme. Probablemente se frustraba frente a mi irreverencia adolescente que no quería escuchar nada de lo que me decía. Me imagino que tenía muchas contradicciones al pensar cómo debía actuar conmigo y mi hermana, porque si bien nos estimulaba a pensar a que fuéramos estudiosas y trabajadoras -”la cabeza no es solo para ponerse pinches”-, hubiera sido feliz si me quedaba todos los fines de semana en casa. Y de cierta manera, esa forma de alertar sobre la amenaza del espacio público, era una forma de instalar terror, de reservarme al espacio privado. Con el paso del tiempo, experiencias efectivas de acoso y abuso vividas en la calle, y con mi introducción al feminismo, pude comprender el miedo de mi papá.


La violencia de género es una forma de terrorismo. Los acosos, abusos, violaciones y feminicidios no son actos impulsivos naturales del género masculino, son actos de violencia con carácter político, ya que buscan mantener el control sobre el cuerpo de las mujeres, y que la dominación masculina continúe. Aprendemos a disponer y vivir nuestros cuerpos con miedo, a agacharnos, a taparnos, porque estamos aterrorizadas por el castigo que podamos recibir al desafiar a estos “monstruos impulsivos” de los que hablaban nuestros padres. Estos mismos “monstruos” que casualmente apuñalaron a tres jóvenes en la 6ta marcha por el aborto libre en Santiago de Chile, mientras se realizaba una contramanifestación del grupo organizado fascista “Socialpatriotas” que advertía “Pintamos la Alameda con sangre”.  La violencia contra las mujeres no es un impulso alocado, está organizado y direccionado con el fin de dominar nuestras cuerpas, sobre todo cuando nos rebelamos manifestando que éstas nos pertenecen y queremos recuperar la soberanía sobre ellas. Así como amenazaron con teñir de sangre la alameda, este mismo grupo alzaba la “esterilización gratuita para las feministas” como contrapropuesta. Probablemente muchas feministas no tendrían problema con esto, ya que de hecho, a muchas mujeres se les es negada la esterilización hasta que tengan cierta edad y número de hijos. El carácter fascista de esta propuesta sin embargo, radica en que no hay espacio para la libertad de decidir. El problema justamente es la autodeterminación de nuestras cuerpas. Ellos feliz que las feministas dejen de reproducirse, pero que lo hagan forzadas y sin nuevas opciones a futuro, al igual que ocurrió con las esterilizaciones masivas de mujeres negras y pobres en Estados Unidos, y de mujeres indígenas en Perú. En esto podemos ver la multiciplicidad de violencias que sufrimos la multiplicidad de mujeres. Mientras las feministas blancas, a comienzos de siglo XX, comenzaron  a levantar la demanda del aborto libre, las mujeres afrodescendientes en Estados Unidos se veían engañadas siendo esterilizadas por los organismos públicos, organismos que fundamentaban esto en el hecho que los hijos de estas mujeres traerían más pobreza y crimen, argumento que las mismas feministas de ese entonces, ocuparían para promover el aborto entre las mujeres pobres. Eugenismo explícito. Esto es una discusión importantísima a generar, pero que nos gustaría retomar en profundidad en otro escrito. A lo que vamos, es que si bien la violencia de género es transversal y generalizada a todas las mujeres, por el hecho de ser mujeres, esta violencia es vivida, representada y denunciada de diferentes formas según la posición de clase, “raza”/etnia, sexualidad, religión, etc. Incluso de formas opuestas como en el caso mencionado, mientras las mujeres blancas eran y son obligadas a parir, las mujeres racializadas y pobres eran esterilizadas. El género está cruzado de estas distintas dimensiones, porque no somos fragmentos de variables y categorías, sino que las vivimos simultáneamente.


El punto cúlmine de estas violencias que sufrimos las mujeres en todo el mundo es el femicidio. Y en nuestra Abya Yala vivimos crudas estadísticas, pues el femicidio es la primera causa de muerte en mujeres de entre 15 y 45 años. Ya hace algunos años que hemos levantado nuevos movimientos feministas que se alzan contra este genocidio cotidiano, como por ejemplo las distintas colectivas y coordinadoras “Ni una menos” esparcidas por el continente. Abrazamos esta rearticulación de la organización feminista, y debemos aprovecharla como una oportunidad para incidir con un enfoque crítico a la totalidad de la estructura que nos está acosando, violando y matando. Queremos que todas las víctimas del necropatriarcado racista y clasista levanten multitudes en  las calles, y no que sean las sacrificables, invisibles, como han sido Joan Frovril, las jóvenes de Alto Hospicio, Macarena Valdés, Nicole Saavedra, Berta Cáceres, las mujeres temporeras abusadas y violadas en los campos de Huelva (España), las 40 niñas calcinadas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción de San José Pinula en Guatemala, entre miles de otras. Queremos el fin del terrorismo capitalista patriarcal para todas.

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