Tradicionalmente,
los días uno y dos de Noviembre, en el diverso México, se celebra el Día de
Muertos; donde el primer día se dirige a quienes gozan de la vida eterna tanto
como se hace énfasis en la muerte de las y los niños. Mientras que, el segundo
día, es comprendido como el día de los
muertos que aún no descansan en paz.
Durante
los días previos a la festividad, las y los familiares de las personas
muertas comienzan a instalar en lugares
simbólicos altares que pueden ser de numerosos niveles. Sin embargo, los más
comunes son de dos o tres. El de dos escalones contempla la división entre el
cielo y la tierra y, el de tres, apunta a la división: cielo, la tierra y el
inframundo.
Cada
familia, en los altares, pone fotografías de sus difuntos a quienes también les
dejan ofrendas para que les acompañen. Dentro de los elementos comunes que podemos encontrar en los altares, se
encuentra: copal, velas, flores, frutas, pan de muertos, entre otros.
Además de la realización de los altares, las familias, durante estos días, se dirigen a los cementerios/panteones donde se encuentran los cuerpos de sus seres queridos. Allí, cada tumba también es adornada de flores, velas y otros elementos simbólicos.
Además de la realización de los altares, las familias, durante estos días, se dirigen a los cementerios/panteones donde se encuentran los cuerpos de sus seres queridos. Allí, cada tumba también es adornada de flores, velas y otros elementos simbólicos.
Luego,
a través de una serie de conversaciones con familias mexicanas, comprendo que
estos días nos invitan a rememorar a nuestras muertas y muertos, a la vez
que nos incitan a reflexionar sobre la
muerte como un proceso natural, quitándole el sentir de dolor y angustia que
por lo general nos provoca el partir de alguna persona querida.
Imagen: colectivo trágame luz