Arauco tiene una pena, Violeta Parra
Violeta hace muchos años atrás, nos transmitió el sentir del pueblo Mapuche, un pueblo ancestral de 14 mil años de
historia que ha debido estar en resistencia por más de 500 años conforme a la
ocupación que ejerció en primer lugar España, y luego los Estados chileno y
argentino en sus territorios. Estas ocupaciones, marcadas por una violencia
institucional continua y sistemática, no han discriminado en edades y
género, continúan propiciando un ambiente de tensión y alerta al interior de
las comunidades que, lamentablemente, ha
ido en aumento durante los últimos años, donde ni las ni los niños pueden
escapar de esta realidad.
El Estado chileno ha actuado manifestando múltiples violencias, entre
ellas: ha hecho uso de soberbia, intimidación, amenazas, persecución,
menosprecio e intento de anulación y/o apropiación cultural, llegando hasta el
genocidio. Expresiones puras de colonialismo patriarcal, respaldados en el
capitalismo extractivista desarrollado en esta zona.
Al igual que sucede desde hace varias décadas en el resto de nuestra querida y golpeada Abya Yala, en este territorio los recursos naturales han sido objeto de presa de las empresas nacionales y transnacionales. Y que- como bien sabemos- los gobiernos han cedido sin prestar atención alguna al cuidado social y ambiental que se requiere, trayendo consigo consecuencias directas en los modos de vida de las comunidades que allí habitan, modos que tienen implicancias entre las relaciones entre ellas y ellos, y el Ñuke Mapu, es decir, su madre tierra.
Al igual que sucede desde hace varias décadas en el resto de nuestra querida y golpeada Abya Yala, en este territorio los recursos naturales han sido objeto de presa de las empresas nacionales y transnacionales. Y que- como bien sabemos- los gobiernos han cedido sin prestar atención alguna al cuidado social y ambiental que se requiere, trayendo consigo consecuencias directas en los modos de vida de las comunidades que allí habitan, modos que tienen implicancias entre las relaciones entre ellas y ellos, y el Ñuke Mapu, es decir, su madre tierra.
En el escenario del Wallmapu[1], las
empresas invasoras –sobre todo a partir de los 70’- han puesto sus ojos y
máquinas principalmente en el área de la forestación y de la energía en base a centrales hidroeléctricas y
represas. Es importante mencionar que, por supuesto, esta invasión industrial
no vino sola, sino que vino escoltada de la policía y militares chilenos
quienes encontraron en su quehacer una forma de desahogo en relación al odio,
racismo y machismo que sienten ante este pueblo y que lamentablemente no se
deja ver en hechos aislados. Han hecho de este quehacer un modus
operandi, una forma de vida cotidiana que vulnera los derechos de las y los
habitantes de esta nación, donde ni las mujeres, niñas y niños se libran de la cruel violencia desatada por parte del estado. En cuanto a esta situación de violencia estatal hacia las mujeres,
existen numerosos casos documentados[2]. Sin ir más lejos, los que más resuenan
a nivel comunicacional en Chile al día de hoy corresponden a la persecuciones
políticas de la Lonko[3]
Juana Cuante y de la Machi Linconao por el caso del matrimonio
Luchsinger-Mackay y el asesinato de Macarena Valdés en el 2016, y por el lado
argentino, la persecución política a la Weichafe Moira Millán; todas mujeres
que han decidido alzar la voz en defensa de la tierra y las comunidades,
exponiendo sus cuerpos a un campo de guerra minado de racismo, clasismo y
machismo.
Asimismo, mujeres de todas las edades y menores de edad, han sido víctimas
de la violencia que ejercen a la hora en que se realizan allanamientos en sus
comunidades, donde los hogares y las escuelas también pasan a ser parte del
campo de batalla, y ellas y ellos, puntos de mira de la persecución estatal. Estos casos
reflejan una línea clara: develan la firmeza de la estructura colonial
patriarcal caracterizada por la violencia y que ha estado presente de manera
transversal a lo largo de la historia de la invasión. Los cuerpos de las
mujeres siempre han sido un terreno en disputa, y el caso de las mujeres
mapuches no ha sido la excepción. Desde el inicio de la invasión debieron
enfrentarse a abusos y violaciones por parte de los españoles, eran cuerpos que
debían ser conquistados también. No bastaba con robar tierras ni matar a sus
compañeros de comunidad, violar a las mujeres significaba consolidar la
conquista. A pesar de todo el dolor, el miedo no
conquistó a las compañeras, por el contrario, hoy las mujeres mapuches siguen
más resistentes que nunca dando una batalla que no encuentra descanso. Y ojo,
su labor no se relega sólo al espacio doméstico, del cuidado ni al religioso
(que ya es bastante); las mapuches son guerreras y defienden a su tierra tanto a como su vida, pues la tierra en
disputa es la que cobija sus historias, la que da de comer, la que da abrigo a
sus familias, y la que tan empeñada sigue el ciclo de la vida albergando a
todos los componentes de la naturaleza preservando el equilibrio natural del
medio ambiente.
En este sentido, desde nuestra mirada calila[5], invitamos a que nos situemos desde la humildad a fin de que podamos aprender de las experiencias del ser mujer[6] mapuche en un contexto cruzado por una historia y cosmovisión, que dialoga con un presente desafiante en todos los niveles, especialmente en lo que refiere a la mantención de una vida en armonía comunitaria, hecho que las ha llevado a hacer de sus cuerpos y mentes una herramienta diaria de invaluable valor ante la opresión estatal-empresarial. Las mapuches no bajan la voz, la sacan firme y decidida para defenderse a ellas, a sus familias y a sus tierras, siendo un ejemplo de lucha y resistencia para sus comunidades y para el resto del mundo. Creemos fundamental visibilizar esta lucha histórica del pueblo Mapuche, levantar tejidos y entramados solidarios que se enfrenten de forma sólida al Estado genocida capitalista, racista y patriarcal, y continuar transmitiendo una memoria de lucha como lo harían Macarena Valdés, Matías Catrileo, Alex Lemún, Camilo Catrillanca y tantxs más.
En este sentido, desde nuestra mirada calila[5], invitamos a que nos situemos desde la humildad a fin de que podamos aprender de las experiencias del ser mujer[6] mapuche en un contexto cruzado por una historia y cosmovisión, que dialoga con un presente desafiante en todos los niveles, especialmente en lo que refiere a la mantención de una vida en armonía comunitaria, hecho que las ha llevado a hacer de sus cuerpos y mentes una herramienta diaria de invaluable valor ante la opresión estatal-empresarial. Las mapuches no bajan la voz, la sacan firme y decidida para defenderse a ellas, a sus familias y a sus tierras, siendo un ejemplo de lucha y resistencia para sus comunidades y para el resto del mundo. Creemos fundamental visibilizar esta lucha histórica del pueblo Mapuche, levantar tejidos y entramados solidarios que se enfrenten de forma sólida al Estado genocida capitalista, racista y patriarcal, y continuar transmitiendo una memoria de lucha como lo harían Macarena Valdés, Matías Catrileo, Alex Lemún, Camilo Catrillanca y tantxs más.
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[1] Nación Mapuche en el territorio chileno. Cabe señalar que nos referiremos al caso chileno debido a nuestra proximidad territorial. De todos modos creemos necesario entender el asunto como un problema histórico que trasciende las fronteras impuestas por los Estados-Nación.
[3] Cabeza de la comunidad.
[5] No exenta de etnocentrismos
[6] Queda como invitación a realizar un próximo vómito
lila en cuanto a problematizar el feminismo desde la cosmovisión mapuche.
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