viernes, 4 de octubre de 2019

Discutiendo y desblanqueando el #metoo


Cuando pienso en el movimiento #metoo y la ola de denuncias que se comenzó a hacer visible mediáticamente desde el 2017 y 2018, tanto en la escena cinematográfica como en espacios universitarios, me surgen muchos sentipensares encontrados. Por un  lado, me sentí satisfecha y aliviada con las tomas de universidades en Chile por los abusos de profesores y compañeros universitarios el 2018. Sentí que venía brotando una semilla que muchas compañeras estuvieron sembrando años atrás, poco a poco. Pero por otro lado, sentía una incomodidad con cierto facilismo e hipocresía. El 2017 una compañera de Universidad fue acosada y abusada por un compañero, y la respuesta de varias compañeras feministas fue dolorosa, ya que cuestionaron a la compañera y no fue apoyada. No puedo explicar cómo, pero al año siguiente el feminismo aplicado en lo personal se legitimó y politizó. De un momento a otro todes eran feministas y dueños de la moral juzgando a medio mundo por juntarse con ciertas individualidades y machos "patológicos". Nadie se disculpó con la compañera cuyo relato no fue acreditado el 2017. El dicho “después de la guerra, todos son capitanes” me hacía mucho sentido cuando pensaba lo fácil que era juzgar ahora que el principio de creerle a las compañeras se validó socialmente. Y no quiero que se mal entienda: es una señal positiva que esté en proceso de legitimarse el feminismo dentro de nuestras relaciones sociales y sexualidad. El problema es cuando solo algunas personas se ven beneficiadas de esto, qué soluciones proponemos frente al abuso a corto y largo plazo (¿punitivismo, racismo?) y  qué lectura hacemos de estos procesos en términos de contexto histórico, por ejemplo.

Y, aquí va otra situación que me incomodó en su momento: una conocida euroblanca me comenta respecto al movimiento anti-acoso de la universitarias en Chile: “qué bueno que ahora está pasando eso en Sudamérica, en Alemania pasó en los años 70…”. Yo quedé media descolocada con la relación que estableció, entendiendo el movimiento feminista como uno universal y como un proceso lineal que se transmite de Europa al sur, como si Europa fuera la vanguardia a seguir. Respecto a esta idea de un feminismo universal pensaba entonces, ¿es posible traspasar casos específicos de mujeres privilegiadas a otros contextos? Tal vez hace eco en otros sectores privilegiados, como los espacios universitarios, pero, ¿qué pasa en el ámbito laboral? Es más difícil hacer acusaciones porque está la amenaza del despido y de caer en la vulnerabilidad económica.

Sin embargo, un tiempo después me di cuenta que estaba haciendo una pregunta sesgada por lo que los medios han construido como “el inicio” del movimiento. El #metoo no lo inició el blanco y glamuroso Hollywood en 2017, sino Tarana Burke en 2006, abogada afroestadounidense cuyo aporte es invisibilizado. La pregunta que me hacía entonces debía ser formulada al revés: ¿cómo se transformó el movimiento #metoo al ser apropiado por mujeres de sectores privilegiados? No es primera vez que sectores blancos se apropian de consignas y demandas de personas racializadas sin reconocer la labor y objetivos políticos originales de estas últimas. La misma Tarana Burke señaló que el foco del movimiento se ha puesto en celebridades blancas de Hollywood y hay voces que han pasado desapercibidas, como las de mujeres racializadas, indígenas, personas queer y transexuales. Es un tema complejo que tiene muchas aristas que se pueden discutir, pero una de las tareas que quedan luego de este pequeño mejunje de debates, es elaborar memorias feministas que reconozcan y reivindiquen a las múltiples mujeres en sus particulares contextos, los aportes que han hecho y no reducir lo que entendemos bajo feminismos a rostros y relatos (euro)blancos. 
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Tarana Burke, iniciadora del movimiento #metoo en EEUU.


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