miércoles, 13 de marzo de 2019

Reflexiones de un 8 de marzo blanco

¿Qué me queda del 8 de marzo 2019 como feminista latina en Berlin? Sentimientos encontrados, alegría por un lado de la alta convocatoria sobre todo en Latinoamérica, ver que la organización de tantos años ha ido floreciendo, orgullo de de las compañeras en Chile que levantan la consigna “Contra la precarización de la vida”, identificando el cruce inevitable entre la violencia de género y la violencia neoliberal. Pero por otro lado, las desigualdades en las experiencias de las tan diferentes realidades reunidas en esta ciudad, me han creado cierta distancia y cuestionamiento respecto a la ambición de unidad en el movimiento feminista hegemónico. Hay un desborde de discursos de unidad, de evitar las divisiones, de “a pesar de las diferencias, mantenernos unidad en lo que somos, mujeres”. ¿Por qué esa ambición por unidad? He observado un utilitarismo de mujeres migrantes del tercer mundo para hacer parecer que el movimiento es super diverso y antirracista, pero en realidad, ¿cuáles son las demandas centrales, a quién se dirigen? La interseccionalidad, el antirracismo y el anticapitalismo se han vuelto parte de una retórica del movimiento para ser políticamente correctas, sin embargo, es difícil ver una efectiva política feminista antirracista.En encuentros a los que he asistido, cuando mujeres migrantes racializadas han enfatizado y visibilizado sus experiencias de opresión racista y clasista, tanto en origen como en destino (porque las migrantes blancas burguesas solo sufren opresión en destino, Europa), se han enfrentado a reacciones a la defensiva que evitan dar esa incómoda discusión, o sea, privilegio blanco atacado. En otro lados, se aplaude, se incorpora a las demandas, pero no se trabaja en profundidad.

El desafío de descolonizar los feminismos es enorme, ya que es un cuestionamiento radical al proyecto moderno occidental, basado en jerarquías raciales y de clase. El feminismo blanco occidental ha sido fruto de esta modernidad, pues históricamente las mujeres blancas y burguesas han estado al centro de sus demandas: derecho al voto, derecho a la educación, etc. Cuando se obtuvieron estos derechos, ¿quiénes fueron las mujeres que efectivamente pudieron ir a las urnas? ¿Quiénes fueron las mujeres que entraron a las escuelas y universidades? En EEUU se dice que las mujeres obtuvieron el voto en 1920, siendo que las personas negras -hombres y mujeres- recién accedieron a éste el año 1965. La historia y el movimiento feminista dominante categorizan así entonces, de forma implícita, a las mujeres negras como no-mujeres, o sea como no-personas. Yuderkys Espinosa, feminista descolonial apunta a esto de manera clara:

“¿Cuándo y cómo han obtenido el derecho a la universidad las mujeres de los pueblos condenados del mundo? Pero aun más, ¿Qué relevancia tiene nuestro ingreso a una escolaridad básica y universitaria destinada a recrear y universalizar la historia, las narrativas, las proezas, los valores, las normas, las verdades producidas por el sistema moderno occidental (incluyendo el conocimiento producido por la teoría feminista blanca); donde aprendemos a vernos como objeto de conocimiento y experimentación, como la antítesis de la agencia histórica; donde aprendemos a vernos como "fosiles vivientes" - para usar la nomeclatura racista de la tan aclamada feminista mexicana Marcela Lagarde (a propósito de las mujeres indígenas)?”

Compañeras, no nos sirve su feminismo elitista de la periodista rubia progre, las diferencias políticas están y son por diagnósticos radicalmente diferentes de la realidad. Nosotras no creemos que las opresiones de género, raza, clase, deseo e identidad sean categorías teóricas fragmentadas como planteadas por la nefasta sociología positivista, no, son cuestiones entrelazadas históricamente. Como planteara Silvia Federici, el cuerpo de las mujeres ha sido fuente principal para la acumulación originaria capitalista, la caza de brujas, el genocidio y la esclavización del tercer mundo fueron hechos necesarios para la consolidación del imperio europeo. No nos interesa su feminismo blanco liberal porque continúa en la lógica masculina de la explotación de unxs por el goce grotesco de otrxs. Si son feministas porque quieren tener sueldos más altos, porque les da miedo que el inmigrante negro las viole, porque quieren más mujeres en el congreso aunque voten leyes protectoras del fascismo neoliberal, es porque quieren convertirse en hombres blancos burgueses. Y no nos interesa mantener alianzas con esos objetivos políticos.

El antirracismo y anticapitalismo deben ser ahora reivindicados como pilares centrales en la lucha feminista, y no me refiero a usar la imagen de Angela Davis en pancartas sin tomarsela realmente en serio, si no a partir por invertir tiempo en autoformarnos en antirracismo, en la historia de la esclavitud, los distintos movimientos negros tanto en EEUU, Abya Yala, África, sobre cómo surgieron los feminismos negros e indígenas y en qué tipo de praxis política consisten. Y sobre todo, lo más importante para nosotrxs, personas blancas, reflexionar en torno al privilegio blanco, visibilizar lo blanco como símbolo de lo puro, bueno, neutro, universal, historizarlo y cuestionarse lo que se ha dado por hecho toda la vida, reconocer por primera vez que hemos sido el centro del mundo y así, de a poco, dejar de serlo un poco. Es, como propone Gloria Anzaldúa, traicionar ese “nosotras hegemónico”, traicionar la propia cultura, reconocerse y a la vez distanciarse.

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